Tenía 86 años y padecía de cáncer de mama. Dejó la expresa voluntad de no ser velada y de ser enterrada en el Parque Memorial, de Pilar.
Falleció este domingo María Kodama en su departamento en el hotel Lois Suites, de la calle Vicente López, en Recoleta, adonde se había mudado hace un tiempo luego de vivir largas décadas en Rodríguez Peña y Juncal. Tenía 86 años y padecía de cáncer de mama. Dejó la expresa voluntad de no ser velada y de ser enterrada en el Parque Memorial, de Pilar. La despedida final será este lunes.
A esta mujer singular, que solo atendía las llamadas antes de las siete de la mañana, le correspondió administrar el legado de Jorge Luis Borges, uno de los genios de la literatura mundial del siglo XX, y sin duda el escritor argentino más influyente, lidiando al mismo tiempo con el salto inconmensurable en la historia de las letras y la edición que representó el advenimiento de la esfera digital, a comienzos de los 90, y con la opinión pública de un país de apego moderado por la ley. Fernando Soto, su abogado, aún no quiso habalr sobre qué sucederá con los derechos de las obras del escritor.
Antes de cualquier juicio apresurado sobre su figura, sería aconsejable tener en cuenta esas circunstancias.
Nació el 10 de marzo de 1937 en Buenos Aires, hija de María Antonia Schweizer y Yosaburo Kodama, químico de origen japonés. Era licenciada en Literatura por la UBA y conoció a Borges en los años 70, en un seminario de Anglosajón antiguo e Inglés Medio, que ambos estudiaban para leer Los cuentos de Canterbury en la versión original de G. Chaucer.
Jorge Luis Borges ya necesitaba quién le leyera y apenas podía ver algunos colores, pero su prestigio mundial era enorme desde fines de los años 60, luego de que ganara el premio Formentor, compartido con Samuel Beckett, y realizara un ciclo de conferencias literarias en la Universidad de Austin, en Texas, de enorme impacto en la academia y las letras de los Estados Unidos.
Desde entonces fueron amigos. A mediados de los años 70 era frecuente verlos llegar (Borges, con bastón y tomado de su brazo) a la Galería del Este, donde se sentaban un rato a conversar y curiosear en la Librería de la Ciudad. Eso quedaba justo en frente del departamento de Borges, en la calle Maipú.
Más tarde, estudiaron el islandés para asomarse a las antiguas sagas nórdicas de guerreros -cumplirían juntos el sueño de viajar a Islandia, conocer sus paisajes y a un sacerdote que los casó según su culto originario, un ogro de porte descomunal cuya foto está exhibida en la Fundación Borges.
Kodama rectificaba de manera sistemática que nunca fue su secretaria personal, sino su compañera de estudio, y como tal colaboró con Borges en una Breve antología anglosajona (1978), y en la traducción de La alucinación de Gylfi, un tomo de la Edda Menor, de Snorri Sturluson.
En los años 80, cada vez con una cercanía más íntima, Kodama lo embarcó en una travesía exigida por varias ciudades, en las que un Borges ya anciano dictaba conferencias y era recibido en universidades como uno de los maestros del siglo XX -agregando ascensos en globo aerostático, exóticos por entonces, que el escritor debió sentir como una brisa intensa en la cara-.
Esa constatación del fervor mundial borgeano se cristalizó en Atlas (1984), un libro de viajes ilustrado, con profusión de fotos suyas junto a María y textos concebidos más para las revistas de actualidad que para la lectura seria.
Eran los años en que Borges también se prodigaba en su país, en las publicaciones y en la radio, en conversaciones públicas a veces doctas, siempre llenas de ese humor que pasaba sin aviso del detalle biográfico y la ternura por un mundo en extinción a la acidez política, con el filo intacto de los tiempos del primer peronismo.
No fue un detalle de ese vínculo que Borges hubiera sido siempre desafortunado en cuestiones amorosas, desde su primer matrimonio con Elsa Astete y la relación trunca con Estela Canto y el enamoramiento humillante con Silvina Bullrich.
El tema del amor aparece en muy pocos relatos borgeanos y sus escasos personajes femeninos -incluso el más sublime de la literatura argentina, Beatriz Viterbo- suelen ser prenda de disputa entre dos varones; quien narra, siempre del lado perdedor. Por el contrario, María Kodama era una página en blanco, una suerte de Lolita cuyos rasgos orientales debieron facilitar la recreación de su rostro en el galán ciego y otoñal, el Virgilio menos pensado, que la conducía por la Enciclopedia Británica y las sagas arcaicas.
Con los años, se los vio juntos cada vez más, por la ciudad y en el extranjero. Siempre etérea, clásica y de juvenil discreción, ella había entrado ya en la madurez y llevaba ese insólito cabello bitono que tempranamente hacía valer las canas y que llegó a ser su marca. Kodama siempre fue muy coqueta; todo indica que hasta cambió su año de nacimiento en la libreta matrimonial, donde quedó anotada como nacida en 1941. Y siguió tratando a Borges de usted, con la misma fórmula de respeto filial, no exenta de sensualidad, que destinaba a su padre.
Las viudas literarias son toda una institución; sostienen los derechos de autor y la antorcha; y aunque las ha habido de todo pelaje, las férreas cancerberas son una variedad tradicional. Kodama ejercía ese función con estilo propio. Se ocupaba con gusto del detalle original en la vestimenta: le importaba verse cool, era evidente que no quería vestirse a la moda argentina.
Por esos años, los 80, comenzó el creciente distanciamiento de Borges respecto de sus grandes amigos Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, que este atribuía a la influencia directa de María. En conversaciones con allegados, Bioy no ocultaba su certeza de que ella “se apoderó de él” y le reprochaba la decisión de radicarse en el extranjero en sus últimos años de vida, tan dolorosa para los habitantes del consabido piso de la calle Posadas (“Hoy come en casa Borges”), dado que motivó que Georgie cortara el lazo con su entorno de toda la vida, con la ciudad que amaba y donde cada vez más era reconocido por la calle.
La figura de Kodama apenas es mencionada en las mil páginas de Borges, el diario de Bioy; para el momento de su edición, en 2005, ella ya tenía un historial de viuda plenipotenciaria, en ocasiones caprichosa, y de dejarse aconsejar por abogados litigantes. Quizá con el tiempo las referencias escrupulosamente elididas regresen a las memorias de Bioy.
Pocos meses antes de la muerte de Borges, el 26 de abril de 1986, Kodama y el escritor, que ya residían en Suiza, se casaron por poder en Asunción, Paraguay; inconcebiblemente, Kodama también tuvo que dar explicaciones de ello. Borges llevaba un tiempo lidiando con el cáncer y según la viuda, fue su decisión expresa que la despedida no se realizara en Buenos Aires.
Otro hecho que lamentaba su amigo Bioy Casares, el no haber podido tener una última charla con él, porque su despedida fue casi un diseño de márketing, con el escritor Héctor Bianchotti junto a Kodama. Una tumba al ras de la tierra, con una lápida kitsch que reune un altorrelieve de soldados vikingos, una cruz galesa, inscripciones en anglosajón y un verso de la saga noruega Volsung, del siglo XIII, todos detalles que acrecientan el extrañamiento de su origen y su lengua, en ese cementerio de Ginebra.
En un lado se lee Jorge Luis Borges y por debajo “And ne forhtedon na” junto a un grabado circular con siete guerreros. una pequeña cruz de Gales y los años 1899/1986. La frase se encuentra en anglosajón y puede traducirse como: ” Y que no temieran ” La otra cara, contiene la frase “Hann tekr sverthit Gram ok leggr í methal theira bert” que tiene relación a un capítulo de la saga noruega del siglo XIII Volsung. Estos versos pueden traducirse como: “El tomó la espada Gram y la colocó entre ellos desenvainada”
Nada fue fácil para Kodama en Argentina, donde debió enfrentar el relativismo legal y la avivada, la grieta política, que persistió desde los años 50, y el rechazo, aunque no precisamente de los sectores más populares. Por el contrario, el público se le abalanzaba para tomarle fotos; damos fe de que en los últimos años disfrutaba mucho de esa popularidad y se sometía encantada a las selfies con desconocidos. Atravesar con ella la Feria del Libro suponía un baño de masas.
Quizá el momento más equivocado de Kodama fue al enfrentar, en 2009, la publicación y el respaldo de muchos escritores a El Aleph engordado, el relato de Pablo Katchadjian. El autor fue procesado y se lo embargó en 80 mil pesos.
Se trata de una reversión, ampliada en unas 5600 palabras, del cuento más emblemático y universal de Borges. Kodama pecó de clasicismo a ultranza, no supo advertir hasta qué punto los parámetros culturales que habían entronizado a Borges con justicia ya pertenecían al pasado y no a nuestra era post-Gutenberg.
Inútil fue intentar razonar con ella sobre la profunda antipatía que generaba su postura, la expansión de Borges que podía acarrear el nuevo texto, el derecho de Katchadjian a reelaborar la obra de un autor canonizado hacía décadas.
Basta comparar hoy esa operación literaria con los conceptos de realidad aumentada y collage, hoy transversales en todas las artes, e incluso con la reciente apropiación del director teatral Castellucci tomando como base la sinfonía Resurrección de Mahler.
Kodama siguió llamándolo para siempre plagio y pasó a exigir una libra de carne, un pago simbólico por el uso del título, un dólar. La reyerta escaló hasta lo que podemos tomar como un increíble acto de bullying en la Biblioteca Nacional, con la asistencia y el apoyo de grandes autores contemporáneos.
No faltaron las injurias, todos contra Kodama. Una modesta constatación: Borges no había elegido para administrar su legado ni a una editora experimentada ni a una poeta experimental, sino a María Kodama, con su bagaje tradicionalista, tan conservadora como él, incluso a veces igual de recalcitrante.
En diciembre de 2019 un recién electo Alberto Fernández anunciaba la iniciativa de un “Museo Borges”, con manuscritos donados por el empresario Alejandro Roemmers. Todo hace pensar que lo anunció antes de consultarla. El presidente se proponía salvar la grieta, cuando el primer peronismo había despedido a Borges de la Biblioteca para nombrarlo “Inspector de Aves de Corral”.
La viuda se negó de plano argumentando que los libros que aportaba el empresario habían sido robados a Borges por una empleada doméstica, y el proyecto quedó en nada. Pocas semanas después el ministro de Cultura Tristán Bauer lo borró con el codo al ordenar bajar sigilosamente la frase de Borges que coronaba el frente del CCK con letras de neón azul: “Nadie es la patria y todos lo somos”.
Es mucho lo que merece ser estudiado con detalle en la administración del legado de Borges; solo ahora esa indagación podrá ser autónoma y fehaciente. Entre las tareas habituales de Kodama figuraba el combatir las versiones de la obra borgeana mal traspuestas en la web (lo que se conoce como “versiones corruptas”) y las ediciones pirata urbi et orbi.
Kodama fue criticada por su aceptación de publicar relatos de Borges por pieza, desarmando sus clásicos libros de cuentos, siempre publicados en unidad, sometiéndolos incluso a traductores no siempre a su altura -esto le valió la ofensa terminante de Norman di Giovanni, su traductor histórico al inglés-.
Ya en este siglo el legado fue acogido por la agencia Andrew Wylie, conocido como El Chacal. Desde hace más de quince años un emblemático retrato de Borges decora, como la gema mayor en una corona de grandes escritores, la chimenea de la Wylie House en el barrio londinense de Bloomsbury.