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Tradición y novedad en la violencia de Milei

El presidente Javier Milei cumple con lo que la derecha argentina siempre hizo: violentar a sus oponentes políticos.

Si el decir político de Javier Milei trae una novedad, se trata de la escalada de violencia. Claro que la violencia no es ajena a nuestra historia política, por el contrario, la lengua política de Milei pareciera inscribirse en el linaje de la derecha argentina que sabe y mucho sobre lenguaje y violencia. Veamos qué hay de tradición y qué hay de novedad.

La última declaración del presidente, la alusión de ponerle el clavo final al cajón que llevara adentro a la mayor líder de la oposición y dos veces presidenta, no es el primero (ni será, lamentablemente, el último) ataque violento que reciba Cristina. Pero quedémonos con este último ataque que, como todo elemento de una serie, recupera y actualiza a sus antecesores.

¿Pero qué nos dice de nuestra vida política esta clase de violencia? ¿Qué novedad trae Milei con sus metáforas de violencia sexual, con sus adjetivaciones extravagantes, con sus acusaciones bélicas, con su necrofilia cotidiana? Pero también, con sus modulaciones, con las inflexiones de su voz, con todo ese arsenal gestual que parece destinado a atacar al otro de forma masiva y furiosa.

Antes de hablar de novedades viejas de Milei, es necesario dar cuenta de un punto en común, de un elemento que estas escenas de violencia comparten. Ante el conflicto, ante un hiato de ideas, de posturas, de modelos de país, de pertenencias ideológicas lo que hace la derecha, de forma tradicional, es ir en busca de eliminar al otro. Por eso celebra el cáncer, por eso festeja una muerte por redes sociales, por eso quiere tirar a dirigente por la ventana de un tren, por eso quiere meter a Cristina en un cajón y tener el mérito de martillar el último clavo. Ante la diferencia, la exterminación. Ese es el método, histórico, de una tradición política.  Y hasta podríamos decir que el Estado argentino fue fundado en una violencia de esa clase con el genocidio a las comunidades indígenas. Pero ese es otro tema.

El punto máximo e irreversible de este discurso de ataque al otro ha sido la dictadura cívico militar con la figura del desaparecido, con el plan sistemático de persecución y exterminio. La solución (final) de la derecha en Argentina es la eliminación del otro.

Sin embargo, creo que también es cierto que Milei ha actualizado esta violencia subiendo siempre la apuesta. La institucionalidad que le otorga la presidencia de la nación no parece haber alterado la furia, el odio y la xenofobia que enarbolaba en campaña. Lejos de que la institucionalidad lo haya domesticado, Milei ha preferido seguir en campaña como quien dice. Ese es su tono y su forma, su fondo y su contenido. No hay otro Milei. O no hay otro tan auténtico. El Milei guionado, que lee, parece una versión desinflada de sí mismo. Lo suyo es agitar motosierras, hablar desencadenado, como si hubiera en su decir político una motivación de venganza o de revancha. Como si cada vez que hablara dijera “ahora van a ver”.

Para un gobierno que ha elegido que no habrá ni cortes de cinta ni hitos de gestión, cuya principal política de estado es una planilla de excel y las conferencias stand up de su vocero, la palabra pública lo es todo. Y esa palabra pública, sostenida en andamiajes de trolls (humanos y robóticos), la ha cargado de violencia. Como si creyera que perseguir la eliminación del rival fuera la única forma de mantener vivo el fuego de su gobierno.

Sin embargo, sería un error creer que la violencia de Milei sea representativa de algo que sucede o piensa la sociedad. No descarto que el deseo o el proyecto del gobierno sea llevar a la Argentina a una matriz social de enfrentamiento, de violencia como lenguaje común. Pero la violencia de Milei es suya y de su gobierno, de su triángulo de hierro, de su séquito, de su núcleo duro. Y parte de nuestra tarea es que esa violencia identitaria de un grupo no se expanda ni se enlace en la sociedad.

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