En los últimos meses Rusia intentó boicotear los trenes en Europa y los sistemas aéreos en el Mar Báltico.
Yo siempre tuve la idea de que Estados Unidos era un país de adolescentes, impresión confirmada durante los cuatro años que viví ahí, y más ahora en la era Trump. Rusia, en cambio, era para mí un país de viejos. Por su dura historia, por sus atormentados escritores, por la gerontocracia que mandaba durante el totalitarismo soviético y que manda hoy en tiempos de totalitarismo capitalista.
Pero creo que me equivoqué. Que en el fondo Rusia es un país de niños maltratados con comportamientos bipolares: corderitos en su relación con el imponente vecino chino, fieras con sus más guapos, ricos y libres vecinos occidentales.
Lo que me abrió los ojos al infantilismo ruso fue una travesura esta semana en París de los servicios de inteligencia del Kremlin. Sus agentes secretos depositaron cinco ataúdes envueltos en la bandera francesa cerca de la Torre Eiffel. Al lado dejaron una inscripción que ponía “Soldados franceses en Ucrania”. ¿Qué sentido tenía? Obvio. Unos días antes el presidente Emmanuel Macron había dicho que estaba considerando la posibilidad de mandar tropas a Ucrania.
Putin ha participado en este juego toda su vida adulta, desde sus tiempos como espía de la KGB. Ahí sigue, como un hámster en su rueda. Recuerden que en 2014 Rusia contribuyó a financiar la campaña presidencial de Marine Le Pen en Francia y, en 2016, a intervenir en las elecciones presidenciales en Estados Unidos (”Russiagate”) para dañar a Hillary Clinton y ayudar a Donald Trump.
En los últimos meses han intentado averiar las redes de señales europeas de ferrocarriles y bloquear los sistemas de navegación aéreos en el Mar Báltico. Antony Blinken, el secretario de estado de EEUU, lo resumió todo en una reunión con cancilleres europeos en Praga la semana pasada cuando dijo que “casi todos los aliados” habían hablado del tema del “Kremlin…intensificando sus ataques híbridos contra países fronterizos y miembros de la OTAN, incendiando y saboteando almacenes…montando más y más ciberataques, continuando con la desinformación”.
Nada de esto es una sorpresa, claro. Se nos ha vuelto tan normal que casi parece el orden natural de las cosas. Lo curioso es que raras veces nos preguntamos por qué el estado ruso actua así.
No puede ser para el bien de su gente, la mitad de la cual vive en circunstancias tercermundistas, pero con frío; la totalidad de ella privada de libertad individual, sin recurso a la justicia, sin poder decir lo que piensa. Les convendría mucho más tener buenas relaciones con Europa. Miren lo prósperos y democráticos que se han vuelto países como Polonia, Estonia o Letonia desde que abandonaron la órbita de Moscú al final de la Guerra Fría.
Y para colmo tenemos la guerra de Ucrania. ¿Para qué? como oí a la gente gritar el año pasado en un funeral para tres soldados en la ciudad ucraniana de Lviv, como se preguntarán los parientes de soldados rusos cuando los entierran en los pueblos olvidados de Siberia. ¿Para controlar más territorio, cuando ya tienen tantísimo más del que necesitan? ¿Para satisfacer un capricho de Putin, que mantiene que Ucrania “no es un país” y pertenece, por cuestiones históricas, a Rusia?
Si esa lógica se aplicara en el resto del mundo, Reino Unido invadiría a Irlanda, España a Sicilia y Nápoles (o Argentina y México), Italia al resto de Europa, y así sucesivamente, guerras sin fin.
No. Lo que hace Rusia en el terreno internacional solo tiene explicación si lo vemos a través del prisma de la irresponsabilidad infantil. ¿Por qué se portan tan mal? Porque pueden, ya que poseen la Bomba, pero ante todo por jorobar. Jorobar por jorobar porque, como la guerra de Ucrania, carece de todo sentido.
Porque así son, hace tiempo. Porque Rusia lo ha hecho fatal y lo ha pasado mal a lo largo de toda su terrible historia, porque sin sus armas nucleares sería un país perfectamente ignorable, porque los que mandan ahí lo saben y son, como consecuencia, unos acomplejados incapaces de reprimir la rabia y el rencor.
Como tantos que padecen neurosis han sido incapaces de enfrentarse a su historia. La negación, como decía Freud, conduce a trastornos mentales. Por ejemplo, están orgullosos de haber liberado a media Europa en la Segunda Guerra Mundial, pero olvidan que esclavizaron a los mismos países que liberaron. Por ejemplo, a diferencia de los alemanes con Hitler, no dejan de sentir nostalgia por Stalin, que mató a tanta gente como el Führer.
Los que saben mantienen que el problema viene de lejos. Como dijo Valeria Novodvorskaya, una escritora rusa adulta, en los años 90, “Desde el siglo XVI hemos existido según las leyes de una psicosis maniático depresiva…besando el látigo del autócrata, incapaces de vivir como gente normal”. O sea, necesitan terapia, pero no lo quieren reconocer.
Algunos pensarán que decir que los Putin y compañía son unos niños es simplificar una pizca. OK. Pero como metáfora se aproxima bastante la verdad. Como niños, no tienen mecanismos de autocontrol. Como niños, dan rienda suelta a sus impulsos. Y, además de niños, son como animalitos que actúan por instinto, no con la facultad de la razón.
Como el escorpión que le pide a una rana que lo lleve a cuestas a través de un río y a mitad de camino lo pica. Antes de morir los dos, la rana le pregunta por qué lo hizo. No pude evitarlo, contesta el escorpión. Es mi naturaleza.w